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Ante la situación desesperada que causó la inundación de 1629-1630 en la Ciudad de México, resurgió el mito del Pantitlán: un gran remolino en el lago de Texcoco que, supuestamente, en la época prehispánica ayudaba a mantener equilibrado el nivel de los lagos conduciendo grandes cantidades de agua fuera del valle, por canales subterráneos, y que, en cierto momento, se obstruyó y permaneció oculto por la vegetación lacustre en algún punto entre los dos peñoles, el de los Baños y el del Marqués. El mismo virrey, Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, Primer Marqués de Gelves, cayó en la credulidad y ofreció una recompensa para quien lograra la hazaña de encontrar dicho desagüe natural. Por supuesto, nunca fue encontrado. Sin embargo, es posible que el remolino existiese, tal como lo aseguraban los ancianos indígenas; pero no como desagüe, sino como un fenómeno hidráulico explicable, según opinión del ingeniero Francisco de Garay:

En la época de la grande inundación, la profundidad del lago de Texcoco era de ocho a nueve metros. En las inmediaciones de México se hallaban los ríos de Churubusco por el sur, y las aguas del Guadalupe por el norte. Esas corrientes, que son de las principales en el valle, al encontrarse, chocando en el lago, producían, a no dudarlo, el famoso remolino que la historia conoce con el nombre de Pantitlán. En él se perdían las canoas, y él ha servido de tema para mil fábulas que sería largo relatar aquí, asegurándose que las aguas tenían salida por el sur fuera del valle.

Faustino Amado Aquino Sánchez
Investigador del MNI-INAH

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