Entre los siglos XVI y XIX fueron los frailes franciscanos de la Orden de San Diego quienes dieron vida al convento de Churubusco, a lo largo de estos siglos intentaron vivir bajo el modelo de la vida evangélica establecida por San Francisco de Asís por allá en el siglo XIII.
Pero la congregación fue a su vez un reflejo de la sociedad novohispana. Los aspirantes a la Orden debían cumplir ciertos requisitos para poder ingresar, lo más importante era probar ser ?cristiano viejo? y comprobar la pureza de su sangre. La vía para dar fe de ello implicaba no sólo la entrega de una documentación que incluía un certificado sancionado en el que se decretaba la inexistencia de ascendientes judíos, moros, y posteriormente, asiáticos, indios, negros, mestizos o castas en el linaje del individuo, sino también la aplicación de un cuestionario en el que se ?prometía decir verdad de todo lo que fuere preguntado?.
Así, por ejemplo, Pedro Martín de la Piñuela, pretendiente al hábito para el coro, con el fin de convertirse en fraile dieguino del Convento de Churubusco, debió comprobar y jurar que era descendiente de cristianos viejos ?[?] limpios de toda mala Raza de judíos, infieles, herejes, ensambenitados [..]?, que no tenía deudas por pagar, que no había cometido delitos, que no había dado palabra de casamiento, que no padecía ninguna enfermedad pública o secreta y que nadie dependía económicamente de él.
Además, Pedro Martín de la Piñuela contó con el testimonio de personajes ?notables? para dar crédito a sus dichos. Presentó como testigos a Martín Jacinto, natural de Niza de Saboya y vecino de la ciudad de México; a Johan Martín de la Piñuela, natural de la ciudad de México; y, a Don Francisco Coto, natural de la ciudad de Niza de Saboya.
Luego de tan exhaustiva examinación, Pedro Martín de la Piñuela fue aceptado como miembro de la congregación de Churubusco el 12 de noviembre de 1665. El caso de Fray Martín de la Piñuela es sólo un ejemplo de la evaluación a la que fueron sometidos los más de 500 aspirantes que pretendieron integrarse a la vida conventual en Churubusco.
Tania Arroyo Ramírez
Archivo Histórico